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La escucha es el mensaje

Originalmente publicado en catalán en la revista NÚVOL el 16 de Junio de 2023

"¿Qué espero de esta comisión? Que dejéis el móvil y nos escuchéis". Esto es lo que pidió a los diputados uno de los comparecientes en la comisión de investigación que trataba la pederastia en la Iglesia. Dado que es poco frecuente escuchar a un ciudadano común reprendiendo a un grupo de políticos electos en sede parlamentaria, el episodio logró hacerse un hueco entre los titulares del día, generando comentarios de todo tipo sobre la desidia de los políticos, la inmunidad de la Iglesia o la inoperancia de las comisiones de investigación.

Este episodio me llevó a preguntarme de manera general por la calidad de la escucha en nuestra sociedad. Quizás porque hace mucho tiempo que me preocupa esta cuestión, me pareció que los reproches del compareciente no iban dirigidos solo a cuatro diputados que miraban el WhatsApp, sino al conjunto de una sociedad donde el valor de la escucha cotiza a la baja.

Hay muchas maneras de escuchar. Aquí me interesa destacar aquel tipo de escucha en la que el hecho de escuchar transmite en sí mismo una señal de respeto y atención. Cuando se practica, la persona escuchada se siente reconocida, incluida, animada a expresarse y estimulada a escuchar recíprocamente. Es el tipo de escucha que fomenta un vínculo positivo entre individuos (o entre individuos e instituciones) y que está en la base de cualquier organización democrática.

Afortunadamente, son innumerables las situaciones en las que este tipo de escucha se practica a diario, pero me temo que lo contrario también es cierto: las escenas en las que brilla por su ausencia están por todas partes y diría que van en preocupante expansión.

La política mediática, llena de preguntas que no se responden, mentiras que no se desmienten e insultos generalizados que socavan la posibilidad del diálogo, nos ofrece diariamente un curso completo de anti-escucha. No se puede hablar mucho mejor de gran parte de las tertulias televisivas y radiofónicas, supuestas ágoras de deliberación democrática en las que, paradójicamente, la cualidad más premiada a menudo es la sordera manifiesta hacia los argumentos de los "adversarios".

Aún peor es el caso de muchas empresas o administraciones que, mediante respuestas automáticas, protocolos imposibles y jerarquías de todo tipo, se han convertido en auténticos monumentos a la sordera institucional: por un lado, generando dinámicas que dificultan la comunicación interna dentro de la propia organización; y por otro lado, sustituyendo la auténtica escucha por un simulacro inoperante y mediocre de atención al cliente.

Para colmo, en el ámbito de las relaciones personales las cosas tampoco son mucho mejores. La ubicuidad de las pantallas y las redes no favorecen las actitudes de escucha atenta, al igual que no lo hace el clima generalizado de falta de tiempo y saturación informativa. Al parecer, cada vez es más frecuente despedir a un trabajador o romper una relación sentimental mediante un breve mensaje de texto sin turno de réplica. Esto indica un nivel de deshumanización muy vinculado a la alergia a la escucha cuidadosa (y a los impulsos empáticos que suele generar).

No soy ingenuo. No creo que se pueda (ni que se deba) ir por el mundo ofreciendo una paciente escucha de terapeuta a cualquier persona que necesite desahogarse. Pero sí pienso que deberíamos encontrar mecanismos que nos hicieran sentir más bien escuchados en todos los ámbitos. Una sociedad con graves deficits de escucha se aleja del bienestar en lugar de acercarse a él.

Que alguien nos escuche cuando lo necesitamos puede orientarnos en la vida, hacernos partícipes de un colectivo, minimizar nuestros errores o resolvernos un problema. Dentro de una organización, las buenas dinámicas de escucha mejoran la eficiencia y la cohesión. En casos extremos (violencia de género, impulsos suicidas, etc.), una buena escucha de emergencia llega a salvar vidas. Reforzar las buenas prácticas de escucha, tanto a nivel individual como institucional, tendría consecuencias positivas a todos los niveles (no solo psicológicas, sino también laborales, organizativas y económicas). Las bondades de la escucha son tan numerosas que debería aparecer en los titulares cada día, no solo con motivo de algún incidente parlamentario.

Cada día participamos en un pulso interminable entre la escucha y la sordera social. Haciendo que familiares, vecinos, pacientes, alumnos, usuarios o compañeros de trabajo se sientan escuchados empujamos en la dirección correcta; jugando al Candy Crush en los escaños del Congreso, en la peor.

¿Qué espero de este artículo? Que dejemos el teléfono y nos escuchemos.