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Entrevista a John Lee Anderson

Publicada en el diario ARA el 24 de Setiembre de 2017 

Jon Lee Anderson es uno de los periodistas estrella en la prestigiosa revista The New Yorker, pero por encima de todo es un aventurero insaciable. A los dieciocho años ya había viajado extensamente por los cinco continentes, y soñaba con cruzar el Atlántico a remo y subir el Everest. Su trabajo como reportero le ha llevado a sumergirse en todo tipo de conflictos y a convivir de cerca con guerrillas de todo el mundo. Fue justamente su biografía del Ché Guevara (que contribuyó decisivamente a la localización sus restos, treinta años después de su asesinato) lo que le reportó un reconocimiento unánime a nivel internacional. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el José Couso a la libertad de prensa. Le entrevistamos en el Hay Festival de Querétaro (México) para hablar de su carrera, del estado del mundo y de los retos del periodismo.

¿Es cierto que a los catorce años ya viajaba sólo por África?

Sí, en aquella época yo no reconocía los límites propios de la edad. Mi padre trabajaba en el servicio exterior estadounidense, así que de niño yo viví en muchos países distintos. Desde los nueve años empecé a tener experiencias que me alentaron a que podía desenvolverme sólo en el mundo adulto. Y a los doce empecé a escaparme de casa con bastante frecuencia.

Sin embargo, mantenía una buena relación con sus padres.

Sí, tenía buena relación con ellos. Yo no entendía que mis escapadas les traumatizaban. Ellos me decían: ¿Qué pasa, John? ¿Qué vamos a hacer contigo? Y yo les explicaba que no podía esperar más, que simplemente quería vivir ya.

¿Como lo resolvieron?

Me plantearon si quería irme con mi tío a Liberia. Y yo dije: «¡Coño! ¡Sí!». Mi tío Warren (el hermano mayor de mi mamá) era geólogo y yo lo admiraba mucho. Era una especie de hombre de la montaña, que había ido a Alaska y había pasado la juventud viviendo solo, con los osos. Yo soñaba con ir a África. porque era el único continente donde no habíamos vivido. Entonces ya tenía 13 años.

Y ahí empezó su periplo solitario por el continente africano…

Cuando estaba en Liberia me moría por ir al este de África, a ver las sabanas y los grandes animales. Mis padres y mis tíos tenían amigos en Nairobi, Addis Abbeba o en Kampala, y se suponía que esos amigos iban a cuidar de mí. Pero yo también me fui de su casa y ellos no sabían que hacer. En esos años no tenían teléfonos, se utilizaban aerogramas que tardaban dos semanas en llegar.

¿Por entonces la escritura ya era importante para usted?

Sí, siempre tenía presente esto de escribir, porque toda mi família era muy lectora. Desde muy chico leí muchas biografías y establecí una especie de noción de quién era mi ser admirable. Y mis referentes eran hombres que habían “vivido la vida”, ¿entiendes? Y que, además, tenían una vida intelectual. Si se trataba de escritores, siempre me sentía muy desilusionado si no habían vivido una vida aventurera, o si habían vivido la época de una gran guerra sin haber participado en ella.

Imagino que admiraría a gente como Hemingway.

Hemingway es el más obvio, sí. Era un gran referente durante mi adolescencia. Pero también había personas menos famosas, porque mis primeros héroes no eran escritores, sino exploradores, aventureros y a veces científicos. Uno era un tipo llamado Carl Akeley, que nadie conoce, pero es el taxidermista y explorador que coleccionó todas las especies africanas que están en el museo de historia natural de Nueva York.

¿Y cuáles eran sus referentes literarios?

Jack London; Graham Green, que era menos un hombre de acción, pero que incursionó en el mundo que me interesaba; y luego Kapuchinsky, que descubro a los veinticinco, más o menos.

¿Fueron esos personajes los que le encaminaron hacia a periodismo?

A partir de las biografías que leí empecé a hacer una serie de listas de las cosas que quería lograr en la vida[1]. Por ejemplo, una de las listas incluía cosas como: cruzar el Atlántico a remo; subir el Everest antes de los 18; ir a la prisión; conocer una guerra; ser minero de carbón… Y el periodismo vino a ser una manera de seguir completando mi lista.

¿Aparecía en esa lista “casarse y tener tres hijos”?

No, pero eso lo daba por descontado. A mí siempre me habían encantado los niños, y siempre quise tener una família grande. No entendía exactamente como lo organizaría, pero siempre tuve claro que no era excluyente.

¿Y la política? ¿Figuraba de alguna manera en sus listas?

Hasta los veinte años yo me veía como un chico apolítico, solamente interesado en los animales y cosas así. Inquietudes sociales sí tenía, por influencia de mis padres y por las cosas que iba viendo en el mundo; la suspicacia ante el poder establecido me quedó muy clara desde joven. Pero yo era más propenso a la acción que a la teoría. Aunque en mi breve periplo por la universidad leí algo de política, no me identificaba con ninguna doctrina en particular.

Sin embargo, pronto empezó a sentir cierta fascinación por el mundo de las guerrillas.

Sí, quería ser guerrillero. No estaba muy definido cuando, pero en algún momento yo quería combatir en una guerra.

¿Qué le faltó para lograrlo?

Estando en Centro América empecé a escuchar sobre Somoza, en Nicaragua, y por esa época también estaban combatiendo en Rodhésia, en contra del régimen de minoría blanca. Yo sentía una gran atracción hacia ambos conflictos, pero mi hermano me disuadió de lo de Rodhésia, y en Nicaragua no tuve los contactos como para llegar… Siempre estuve muy tentado de meterme en el mundo insurgente, pero en lugar de eso me he convertí hasta cierto punto en su cronista.

¿Es decir que vio el periodismo como una alternativa a la guerrilla?

Mi trabajo no ha sido una forma de activismo, tal como se concibe habitualmente. Más bien he seguido mi intuición, y mi intuición es un compuesto de cosas que me han ido definiendo. Cuando empecé había los periodistas que simpatizaban abiertamente con la guerrilla, y los que trabajaban casi al dictado de los militares o de los gringos de la embajada. Yo siempre sentí más afinidad con los que eran más idealistas y tendían a creer en la guerrilla, pero intenté quedarme en el medio para ser imparcial.

¿Llegó a empuñar alguna vez un arma?

Sí, pero hace pocos años y fue en una situación de emergencia, en el Afganistan de los talibanes. Fuimos repetidamente emboscados. Y en una de las escapadas yo iba con un conductor que que tenía un arma. Yo estaba al lado de él y comenzaron a dispararnos. Una bala le dio al conductor. La herida solo era superficial, pero en ese momento yo le agarré el arma y me dije que a mí no me iban a matar como a una oveja. Estaba dispuesto a disparar, pero por suerte no tuve que hacerlo. Felizmente el conductor dio gas y logramos salir de la emboscada.

Supongo que eso puede considerarse legítima defensa.

En Irak sucedió algo parecido y compré una pistola. Pero lo hice para matarme, en caso de que fuera necesario. Había estallado un camión bomba cerca de la casa donde me alojaba, y yo pensé que después del bombazo vendrían algunos yhadistas, en plan comando suicida. No vino nadie, pero a partir de ese momento me sentí muy vulnerable. Por entonces ya estaban degollando extranjeros. Yo me dije que eso no me iba a pasar. Así que busqué algo con que defenderme, y, llegado el caso, acabar con mi propia vida para que esa gente no me pudieran capturar. Todo aquello era muy tétrico. Yo me había contaminado demasiado de la situación. Me doy cuenta ahora. Cuando llegas a estos niveles de familiaridad con los horrores de un conflicto, es que te has pasado de la raya. Tengo un recuerdo muy oscuro de ese período. Uno contemplaba la muerte todo el tiempo. No es nada recomendable.

Usted ha reporteado ampliamente desde Síria, Irak, Afganistan y sobre las primaveras árabes. ¿Como ve la situación en esa región del mundo?

ISIS ya está en vías de extinción como un grupo que controla territorio, pero es obvio que quedará el riesgo y la propensión al nihilismo yihadista. A mi juicio fue un gran error cuando los países responsables les dejaron tomar y ocupar territorio. Eso les dio mucha más fuerza. Es muy penoso decirlo, pero con gran tristeza llego a la conclusión de que ISIS tenía que haber sido aniquilado, de manera devastadora. Sé que eso habría implicado muchas muertes civiles, pero de hecho ya las hay igualmente. Todo ese periodo me he sentido afligido y consternado por tanta muerte innecesaria. Si hubiéramos aplastado esa agrupación al principio, eso se habría limitado.

En su opinión, ¿cuando y dónde tendría debería haberse lanzado esa intervención?

Tan pronto tomaron Mossul. Tenían que haber sido atacados en ese momento. Presenciamos lo que hacían con los yazidíes, el verano del 2014, y como degollaban uno tras otro todos los rehenes. ¿Como es que simplemente no hicimos nada? ¿Como es posible que, en el mundo moderno, un grupo de exterminio pudiera tomar territorio y empezar a exterminar poblaciones, jactándose de ello y subiendo los videos de sus fechorías en Youtube[3]?

¿Cuales son las perspectivas actuales?

Ahora estamos en un mundo que puede neutralizar en gran medida el yhaddismo. Pero con cada ataque que hay en Europa nacen 100 neo-nazis más. O mil. O diez mil. Nos faltan líderes sensibles que no alienten al racismo propio. Y no cambiar nuestras sociedades por sociedades de seguridad de manera permanente.

A propósito, ¿qué le pareció la reacción ante el atentado de Las Ramblas en Barcelona?

Escribí una nota elogiándola. Considero que la reacción en Barcelona fue fabulosa. Tanto la de las fuerzas de seguridad como lo que dijo el presidente de Cataluña. Lanzó un mensaje muy inclusivo. Y creo que las marchas anti-intolerancia que se dieron ahí fueron un gran ejemplo. Con todos los problemas que hay, España es uno de los países más tolerantes de Europa.

¿Como se lo explica?

La acción preventiva de las autoridades ha funcionado bien. Yo soy poco dado a alabar las autoridades, pero en España lo han hecho muy bien. Porque han parado las acciones y eso ha permitido mantener una noción de tolerancia en la sociedad que se ha ido perdiendo en los demás países.

¿Diría que España mantiene una buena imagen a nivel internacional?

La visión de España continua siendo positiva. A pesar de una recesión que ha durado muchísimo, con un altísimo desempleo y con falta de gobernabilidad, ha logrado mantener cierta estabilidad y una falta de pánico o histeria. Sin embargo, en los últimos tiempos España se ha recluido. Ha decidido bajarse del escenario del gran público internacional y dedicarse a batallas endogámicas, entre vecinos[5]. España podría jugar un rol más activo para acercar las sociedades mediterráneas, que incluiría el norte de África, el Magreb… Yo sé que algunos están trabajando de manera discreta en esos asuntos.

¿Y como ve la situación en Cataluña?

Existe una terquedad, una obstinación española frente a los catalanes. El mismo New York Times hizo un editorial hace poco que sentó muy mal en Madrid.

En España hubo reacciones muy airadas a ese editorial.

Siempre son así. Las reacciones más fuertes que yo he tenido jamás a cualquiera de mis artículos (exceptuando uno sobre Venezuela) han sido hacia dos de las tres crónicas que he hecho sobre España: una sobre el Rey y la otra sobre el País Vasco. Las reacciones desde Madrid siempre han sido furibundas. Llegaron a mandar una comitiva a The New Yorker a quejarse personalmente con el editor en jefe. En España han estado muy acostumbrados a determinar qué es lo que se dice y qué no, y eso ha seguido.

Eso me hace pensar en la importancia de las instituciones periodísticas. En un acto reciente, usted hablaba con el director del New York Times sobre la necesidad de instituciones sólidas, no solo del heroísmo de los periodistas individuales. ¿Como ve actualmente el panorama en este sentido?

Todavía hay buenas instituciones periodísticas. Con grandes flaquezas y con algún desgaste que es penoso ver. Pero han ido brotando fundaciones e iniciativas, sacando dinero de aquí y de ahí para, por ejemplo, entrenar a jóvenes periodistas en como salvar la vida en situaciones peligrosas. Porque antes no sabían, y han muerto montones por eso. No es un cuadro del todo halagüeño ni del todo claro, pero no es tan negro como a veces se dice. Hay mucho esfuerzo para mantener la institucionalidad del periodismo y afianzarla cada vez más.

¿Qué opina del papel de personajes como Jeff Bezos, que financia el Washington Post?

Yo me siento un poco incómodo con esto de los grandes individuos comprando medios de comunicación con sus grandes fortunas, pero por lo que me cuentan algunos amigos que trabajan en el Washington Post, Bezos no se mete. El hecho de que el Post haya vuelto a ser un gran diario, cuando hace tres años casi lo dábamos por muerto, está bien. Pero, aún así, sigo pensando que eso no es el mundo ideal. Falta el público, más solidaridad pública.

Por último quisiera preguntarle por América Latina, seguramente el lugar del mundo que usted conoce con más profundidad. Se habla de un declive de la izquierda en toda la región.

El problema de la izquierda en América Latina es que ha llegado al poder en un momento en que el mundo capitalista estaba inexpugnable. Y entonces han sido socialistas que han gobernado sistemas capitalistas. Con la excepción de Chávez que ha liderado otro tipo de revolución de izquierdas, que es una mezcla de izquierda y nacionalismo, con populismo, capitalismo, y con cierto autoritarismo y personalismo. En América Latina sí hay un declive de la izquierda moderna, pero también hay un colapso de la derecha y de la ultraderecha. Y casos como Odebrecht han afectado a todo el mundo: izquierda, derecha, nacionalistas…

A finales de los años dos mil parecía que algunos países estaban en una situación envidiable.

Nos alegramos demasiado rápido de la bonanza de Brasil, y lo mismo pasó con Venezuela. Es penoso ver países que después de tocar el cielo se han inmolado tan rápidamente, y con consecuencias tan desastrosas para sus pueblos.

¿A su juicio, cual es el principal problema que afrontan los países de la región?

La gran crisis de América Latina es su falta de estado de derecho. Y los altísimos índices de homicidios y de inseguridad en muchos países son sumamente preocupantes. En demasiados países el hampa y la policía son una misma cosa. Eso se tiene que parar, y hay que arreglarlo más allá de derechas y izquierdas. Que el gobierno trabaje en favor de los ciudadanos es más importante que el tinte político de cada presidente de turno.


En la década de los ochenta Jon Lee Anderson escribió sobre grupos guerrilleros de distintas partes del mundo y se dio cuenta de la gran influencia que sobre todos ellos ejercía la figura del Ché Guevara. Esa constatación le llevó a instalarse en Cuba, donde acabó viviendo con a su mujer y sus hijos durante tres años, hasta que completó su conocida biografía del líder insurgente. Luego han venido otros libros y perfiles biográficos, dedicados a personajes como Pinochet, Saddam Hussein o el Rey Juan Carlos de Borbón. Actualmente trabaja en una extensa biografía de Fidel Castro, un libro que le está absorbiendo por completo. “Sueño con Fidel” confiesa. “Durante los últimos años he soñado muchas veces que tenía largas conversaciones con él”.